En un anuncio que los medios progresistas han celebrado como un triunfo demográfico, el Instituto Nacional de Estadística revela que España ha alcanzado los 49,4 millones de habitantes al 1 de octubre de 2025, impulsado por un aumento de 105.488 personas en el tercer trimestre. Pero detengámonos un momento: este supuesto «récord» no es motivo de orgullo, sino una señal de alarma. La población crece no por un boom natal de los españoles, sino por una inmigración descontrolada que amenaza con desestabilizar nuestra economía, cultura y seguridad nacional. Mientras el Gobierno de Pedro Sánchez aplaude esta cifra, obviando que 9,8 millones de residentes nacieron en el extranjero, desde esta tribuna conservadora cuestionamos: ¿es este el futuro que queremos para nuestra nación?
Los datos son claros y alarmantes. De los 49.442.844 habitantes totales, solo 39.617.578 nacieron en España, con una disminución de 9.901 en el trimestre, lo que refleja la crisis de natalidad que azota a nuestra sociedad. En contraste, la población extranjera ha explotado, con un incremento de 115.389 personas nacidas fuera. «La población residente en España alcanzó los 49.442.844 habitantes a 1 de octubre de 2025, el valor más alto desde que existen registros», pero omite el costo real. Este crecimiento no es orgánico; es el resultado de políticas laxas que priorizan la llegada masiva de inmigrantes sobre la integración y el bienestar de los españoles.
Aquí radica el engaño: el PIB total sube gracias al influjo de mano de obra barata, pero el bienestar per cápita se estanca o retrocede, dejando a los españoles con menos recursos. «España ganará este año 600.000 inmigrantes, un 50% más de lo esperado, lo que explica parte del alza del PIB». ¿Es esto progreso o una ilusión estadística que enmascara la precariedad?
Pero los problemas van más allá de la economía. La inmigración masiva genera tensiones sociales, aumenta la delincuencia y satura servicios públicos como la sanidad y la vivienda. España no tiene por qué resolver los problemas del mundo. Ningún país serio tolera una inmigración masiva sin control. Es imprescindible abordar la inmigración, tanto legal como ilegal, con rigor para preservar la cohesión social, la identidad cultural y nuestra sostenibilidad económica. En barrios como Vicálvaro u Hortaleza de Madrid, concentraciones contra centros de MENAs (menores extranjeros no acompañados) demuestran el hartazgo ciudadano.
Este debate no es xenofobia, sino sentido común. Mientras el PSOE impulsa regularizaciones masivas –como la esperanza de legalizar a cientos de miles que se esfumó en el Congreso–, la derecha debe liderar un cambio: fronteras seguras, inmigración selectiva basada en méritos y prioridad a los españoles. ¿Acaso no merecemos un país donde nuestra cultura milenaria no sea diluida? El Gobierno ignora que España apuesta por un millón de inmigrantes para mantener su economía, pero ¿a qué precio? La saturación de recursos y el colapso social.
Es hora de un debate honesto: la inmigración controlada puede enriquecer, pero la masiva destruye. Si no actuamos ahora, el ‘récord’ de hoy será la ruina de mañana. Los españoles demandan soluciones reales, no propaganda.






