La Conferencia de las Partes sobre el Cambio Climático (COP30), que se inaugura hoy en Belém, Brasil, se presenta como el enésimo espectáculo de hipocresía global. Sin la presencia de Donald Trump y Xi Jinping, los líderes de las dos naciones más contaminantes del planeta, este evento se reduce a un foro vacío de compromisos reales. Mientras los delegados debaten en la selva amazónica, la ausencia de estos gigantes expone la farsa: ¿Cómo se puede hablar de «salvar el planeta» cuando los principales emisores no acuden a la cita? Esta edición, programada del 10 al 21 de noviembre de 2025, llega en un momento en que las políticas ecológicas no solo fracasan estrepitosamente, sino que imponen un costo intolerable a las economías nacionales, como la española, que admite no cumplir sus objetivos. Es hora de cuestionar: ¿por qué seguimos sacrificando el bienestar de los ciudadanos en nombre de medidas ineficaces?
La no asistencia de Trump y Xi Jinping no es un detalle menor, sino una bofetada a la narrativa alarmista. Trump, fiel a su escepticismo, ha calificado estas cumbres de «farsa», y su administración no enviará siquiera una delegación de alto nivel, priorizando la soberanía económica sobre promesas vacías. Xi, por su parte, representa a China, el mayor emisor mundial, que sigue expandiendo su industria del carbón mientras Occidente se flagela con regulaciones verdes. Esta ausencia subraya el fracaso de las políticas climáticas: sin los grandes jugadores, el resto del mundo paga la cuenta sin resultados tangibles. Líderes como Lula da Silva critican el «extremismo» que perpetúa la degradación, pero ¿no es extremista exigir sacrificios a naciones como España mientras China y EE.UU. actúan con impunidad?
En España, la situación es paradigmática de este colapso. El Gobierno admite implícitamente su incapacidad para alcanzar los objetivos climáticos, como se evidencia en el retraso de la UE para acordar metas de emisiones. Aunque España respalda un ambicioso corte del 90% en emisiones para 2040, el acuerdo final de la UE llegó con concesiones mayores, revelando las grietas en el bloque. España no llega a los objetivos porque estas políticas son irrealistas y contraproducentes. Mientras, decretos como el Real Decreto 214/2025 imponen reportes de carbono que asfixian a las empresas, sin impacto global significativo.
Pero vayamos al meollo: las políticas ecológicas están mermando la economía de los ciudadanos sin servir de nada. Argumentos sobran para debatir esta idea. Estas medidas elevan precios de energía, interrumpen cadenas de suministro y dañan la productividad, como se ve en eventos climáticos que, irónicamente, se usan para justificar más regulaciones. En España, el intento de incluir el cambio climático como gasto de Defensa fue rechazado por Bruselas, desmontando estrategias gubernamentales. Basta de sacrificar empleos y competitividad por ideales utópicos que no reducen emisiones globales. El debate debe girar en torno a soluciones pragmáticas, como innovación tecnológica sin castigos fiscales, en lugar de cumbres que solo generan titulares.






